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¿Por qué perdemos la paciencia y nos alteramos con los sucesos que nos ocurren? Un análisis de la «impaciencia», y valoración de la «paciencia» como actitud,  con pocos «likes» para el mundo que nos rodea

1.INTRODUCCIÓN

La paciencia es uno de los valores clásicos, fomentada por ejemplo por el estoicismo en el ámbito filosófico o por el cristianismo en el ámbito religioso. En la actualidad no están muy de moda, juzgándola de forma negativa, como si la persona paciente fuera “poco ambiciosa”, sin determinación, que incluso perjudica en la consecución de los objetivos o deseos de las personas. El valor de la inmediatez, del control externo o la sensación de no poder perder el tiempo, son características de nuestra sociedad que nos alejan cada vez más de la paciencia. Pero si nos fijamos en sus definiciones propuestas por la RAE, no parece que sea algo para despreciar o no querer, veamos: 

  • f. Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
  • f. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas.
  • f. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho.

Así pues, la paciencia es poder soportar, esperar, aguantar y tener constancia, algo que en la vida del ser humano se necesita en el día a día. Las personas que no tienen esta actitud o cualidad, podríamos decir que son impacientes, que volviendo a la definición propuesta por la RAE, nos señala que la persona impaciente es aquel: “Que desea o espera con desasosiego”.

Las personas impacientes sufren a lo largo del día diversos momentos de crisis que generan un malestar psicológico. Y ese malestar psicólogo la persona lo atribuye a que no consigue lo que quiere o desea y no a que su actitud o predisposición de “impaciencia”, determinada por sus creencias y valores,  le hacen padecer estados emocionales considerados negativos como frustración o ansiedad. Este artículo quiere profundizar en estos estados de ánimo, sobre todo en relación con las demás personas, que pueden generar conflictos personales o con el entorno. 

2. ¿QUÉ ES LA IMPACIENCIA?

La RAE define la impaciencia como “intranquilidad producida por algo que molesta o que no acaba de llegar”. En esa intranquilidad, lo que ocurre básicamente es que perdemos la paciencia, que es perder el estado que debería ser habitual en nosotros, el estado de paz. Estamos en paz cuando nos sentimos existir y cuando la existencia está en congruencia con el exterior, cuando co-existimos con el otro, sin conflictos. 

De este modo,  la impaciencia se produce por querer que pase algo o que deje de pasar algo, según nuestro deseo (deseo que está mediado por nuestras creencias), y no según la realidad. 

Tenemos impaciencia con el entorno cuando:

  • Ocurre algo que no deseamos
  • No ocurre algo que deseamos

Con personas que nos rodean, perdemos la paciencia cuando:

  • Hacen algo que no deseamos.
  • No hacen algo que deseamos. 

Cuando lo que deseamos entra en conflicto con el exterior es porque vemos una incongruencia existencial: Lo que yo deseo (que es existir) es incongruente con lo que está ocurriendo (o no ocurriendo) por lo tanto, lo otro me está haciendo daño o me está impidiendo existir tal y como quiero.  En relación con una persona podíamos ponerlo en palabras de la siguiente forma: “Con tu comportamiento (contrario a mis deseos) Tú me haces daño, que es malo para mí, por lo tanto tú me haces perder la paciencia, y reacciono hostilmente (activa o pasivamente),  con total justificación de mi reacción por lo que tú me haces. 

Los estados emocionales ligados a la impaciencia

Cuando perdemos la paciencia con alguien o con algo, con el que nos estamos relacionando, lo que ocurre es que aquello que queríamos o deseamos no se está produciendo, lo que nos lleva al sentimiento psicológico de “dejar de existir” (ver artículo Ansiedad y existencia) y entramos en un estado de alteración, dejamos de ser nosotros mismos. Esta ansiedad o desasosiego sería la primera emoción que podemos sufrir desde la impaciencia. 

 También podemos entrar en otros estados emocionales, como es el caso de la frustración. Nos frustramos porque sentimos que el exterior o la otra persona es quien nos está generando una falta de existencia, cuando le percibimos incongruente con nuestra existencia.Las frustraciones se producen cuando alguien desea algo, espera que ocurra, y, lo esperado, no ocurre. Ocurre otra cosa que frustra las expectativas deseadas. Es cuando echamos al mundo la culpa de nuestro estado de insatisfacción. 

 Las emociones son los estados previos que preparan para la posibilidad de emitir acciones o reacciones al exterior, cuando se efectúa la previsión de la necesidad de su emisión. Por tanto, son activadas ante la expectativa de hechos que la persona cree que le afectan, le interesan o, simplemente a los que reconoce o atribuye valor.

 A menudo, las reacciones a la frustración son de ira o agresividad, que el objetivo de esa agresividad es que aquello que nos molesta, porque nos ha frustrado algo, deje de existir, no se interponga en nuestro deseo. De este modo, la acción impulsiva o incluso agresiva es la que realiza la persona para conseguir lo que quiere y siente que algo se lo está impidiendo, pasando del mal estar a la acción. 

Como decía antes, ese deseo está referido a creencias sobre cómo son o deben ser las cosas, por lo que cuanto más valoro o fundamento mi existencia en el otro o en el exterior, mayores deseos tendré que sea como quiero que sea y menos aceptaré lo que es. Menos aceptaré la realidad. 

¿De dónde viene esa actitud o predisposición a la impaciencia?

El sistema de referencia interno (SRI) de cualquier persona (como plantea Carlos García, 2018) contiene las creencias de ser y de deber ser que fundan toda su actividad de relación con el exterior, lo cual incluye sus interacciones con las situaciones actuales y, también, de éstas en contraste con las esperadas. Estas creencias suelen ser inconscientes (si no se ha hecho un trabajo de reflexión y auto-conocimiento, como puede ser en una terapia psicológica) por ser difíciles de tomar conciencia y no nos damos cuenta que nos gobiernan o nos dominan.  

De este modo, la paciencia o impaciencia tiene que ver con creencias sobre: “qué es lo que creo debe ser o no debe ser en relación con el otro”. Y las creencias sobre nosotros mismos y el otro que generan mayor impaciencia son:

  1. Creencias de control: necesito que las cosas ocurran según mis deseos, para sentirme seguro. 
  2. Creencias de verse víctima: si no ocurre algo según mis deseos, soy un fracasado, no valgo
  3. Creencias de lucha de poder: No debo aceptar lo que quiera el mundo, sino que el mundo debe aceptar lo que yo quiera. No debo tener en cuenta al mundo, sino que el mundo me debe tenerme en cuenta. 
  4. Creencias economicistas: si hago algo hacia el exterior, debo ser compensado, el exterior debe darme. si no lo recibo:  me engaña, abusa o me ningunea.
  5. Creencias de desconfianza: Si el mundo no me da lo que quiero o me da algo que no quiero es porque no me tiene en cuenta, quiere fastidiarme

3. ¿PODEMOS “VACUNARNOS” ANTE LA IMPACIENCIA?

Estas creencias están dominando nuestra sociedad en la actualidad. No es casualidad que en nuestra relación con el entorno haya triunfado la inmediatez, la rapidez en conseguir las cosas, como es la “comida rápida”, la “ropa rápida” o el entretenimiento rápido”, como son esos viajes que se ven medio continente en 7 días. Como es el sentirnos que perdemos el tiempo en cada cosa, esperando lograr la siguiente.

No obstante, hay muchas personas que se pueden tomar el tiempo sin prisas (como es ese “Elogio a la lentitud”, de Carl Honore), o que no reaccionan con ira a la frustración, sino con paciencia. Es más, hay personas que no generan estados de frustración, sencillamente porque no hacen depender sus emociones de lo que da o no da el exterior, de la satisfacción de sus deseos o el cumplimiento de sus voluntades según el exterior (ver “De la inmadurez a la madurez emocional”). 

La clave de la paciencia está en la visión que tenemos de las cosas, como se planteó desde la filosofía estoica. Epicteto en sus máximas con sentencias como: «No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz”. 

Pero quizá la clave fundamental es desmontar esas creencias que nos predisponen a la impaciencia, creencias irreales en la relación yo-mundo, ya que no se ajustan a leyes reales, y cambiarlas por otras más reales y sanas que generan congruencia entre lo que soy y la realidad y facilitan una co-existencia plena y “en paz”. 

 Otra cuestión es que tengamos ante nosotros a alguien cuyo principal objetivo es que perdamos la paciencia, es violentarnos y que reaccionemos de forma agresiva, contra nosotros o contra el entorno. Son personas alterantes, que en la actualidad el término de moda es de “tóxicas”, pero que podemos afirmar que son personalidades psicopáticas, manipuladoras, narcisistas, victimistas, chantajistas,…y toda una serie de actitudes y estrategias para desestabilizar a quien tienen al lado. Ante estas personas es normal perder la paciencia. Pero esto es otro asunto, que podrá ser tratado en un artículo más adelante. 

Bibliografía recomendada para la paciencia

  • Epicteto (1999). Enquiridion. Editorial: Anthropos, Barcelona
  • García, C. J. (2018). La gran aventura del Yo. Madrid: Autoría Medinaceli.
  • Honore, C (2004). Elogio a la lentitud. RBA Libros

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Sergio Delgado

Sergio Delgado es Psicólogo General Sanitario, especializado en terapia sistémica y formado en modelos humanistas y cognitivistas. Fundador de Psicología en la red, cuenta con un máster en psicopedagogía clínica por la Universidad de León y en necesidades de la infancia y la adolescencia por la Universidad Autónoma de Madrid.

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