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En los últimos tiempos están de moda libros que hablan de la inteligencia emocional, sin tener en cuenta la cuestión de que las emociones están ligadas al desarrollo evolutivo del ser humano que se plantea como un proceso de realización.

Una de las características de los niños es que dependen casi totalmente de los demás. Necesitan de las otras personas para cubrir la mayoría de sus necesidades. A medida que van creciendo, se apoyan cada vez más en su propio esfuerzo.  Así en los primeros periodos evolutivos,  el niño vería como causa de su estado emocional el entorno, el mundo adulto, sus padres. En la adolescencia y juventud se vería como causa de la felicidad o de la tristeza, de sus emociones a sí mismo, si hace o no bien las cosas. Y por último en la etapa de adulto, la persona con un desarrollo maduro aceptaría sus estados emocionales sin culpar al entorno ni culparse a sí mismo. Aceptaría lo que le ocurre en su entorno y basaría su felicidad o tristeza en lo que es él mismo. Es lo que plantea Epicteto en su “Equiridion” cuando describe el desarrollo evolutivo del ser humano hacia la realización:

«…Obra es de quien carece de formación filosófica acusar a otros de lo que a él le va mal; quien empieza a educarse se acusa a sí mismo; quien ya está educado, ni a otro ni a sí mismo acusa.»

Pero qué ocurre cuando una persona no madura emocionalmente y sigue viendo el entorno y lo que recibe de él lo más importante para su felicidad. Esta actitud que es una actitud real cuando somos niños ya que se depende totalmente del mundo adulto, refleja inmadurez emocional cuando la persona ya es adulta, y culpabiliza o responsabiliza todo lo que le ocurre, sus acciones, comportamiento, emociones y reacciones, al exterior.  La creencia de que la felicidad o la tristeza depende totalmente del exterior, hace que el adulto se siga comportando como un niño cuando ya no lo es.  Este es el caso de personas que necesitan constantemente llamar la atención, o que el entorno les haga caso, o que les den lo que desean y si no reciben  lo esperando se frustran, se enfadan, se deprimen o entran en estados ansiosos, pasando en algunos casos a manipular el entorno si no consiguen lo que necesitan.

Por otro lado si la persona ve que el entorno, el mundo, es lo más importante para su felicidad y no lo que es ella misma, esa dependencia bloqueará cualquier desarrollo evolutivo, ya que siempre estará más atenta a lo que recibe del mundo que a lo que es ella misma. Es la diferencia de basar la existencia en valores externos (reconocimiento, premios, fama, dinero, atención), cosa que sería normal en un niño,  a basarla en valores internos, donde el peso se pone en lo que es uno mismo y en sus propios valores (los valores internos).  En este caso para que la persona deje atrás esa mentalidad infantil será necesario que comience a conocer bien cómo es ella misma y fortalezca aquellos valores internos que le ayuden en su crecimiento personal como son: El conocimiento, la verdad, la responsabilidad, la libertad, la honestidad, el amor (hacia uno mismo y hacia el otro), la paciencia, la prudencia, la valentía o  el trabajo,…Valores que ya planteaban los griegos en figuras como Sócrates o también en la filosofía estoica, pero que últimamente se desechan o incluso se dudan de su existencia y se prefiere poner el peso más en ser “inteligente emocionalmente”.

Autor: Sergio Delgado. Psicólogo terapeuta online

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Bibliografía:

– Goleman, D (1996) Inteligencia emocional. Kairos.

– Epicteto. Equiridion

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