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         “Obra es de quien carece de formación filosófica acusar a otros de lo que a él le va mal; quien  empieza a educarse se acusa a sí mismo; quien ya está educado, ni a otro ni a sí mismo acusa”. Epicteto. “Equiridion”

En la madurez emocional es clave distinguir lo propio de lo ajeno, lo que me corresponde en mi existencia de lo que no me corresponde

En la madurez emocional es clave distinguir lo propio de lo ajeno, lo que me corresponde en mi existencia de lo que no me corresponde

El ser humano en su desarrollo evolutivo necesita madurar ontológicamente, madurar el ser que es, hacia un estado emocional equilibrado consigo mismo y con el medio en el que habita.

La madurez emocional significa poder aceptar lo que le sucede en la vida, pero no desde una aceptación pasiva, sino desde una aceptación activa, en donde la persona  va eligiendo siempre la mejor opción para su existencia con criterios reales, verdaderos y honestos. Es desde esta honestidad existencial cuando podemos afirmar como señala Epicteto que la persona ha madurado emocionalmente.

Pero ¿qué significa la honestidad existencial? Resumiendo, podemos reflejarlo con la siguiente idea:  cuando la persona asume lo que le corresponde en su existencia, se responsabiliza de lo que es suyo y no culpabiliza al mundo en general o a quien tiene a su lado en particular de lo que le ocurre. Pero de igual modo también significa madurez emocional no responsabilizarse o culpabilizarse de aquello que no le corresponde, de lo ajeno. Así, distinguir lo propio y lo ajeno y actuar en consecuencia es fundamental para la madurez emcional. Cuando responsabilizo, de aspectos que me tendría que encargar yo, a otra persona, cuando cargo a otra persona de aspectos míos, como es responsabilizar de mis dificultades, mis problemas y en general mis emociones negativas, estoy desentendiéndome de lo que a mí me toca por existir, por el hecho de vivir. Y cuando me encargo de aspectos que le corresponden a otra persona, estoy metiéndome en algo ajeno, estoy metiéndome en la vida del otro. En ambos casos no distingo lo propio de lo ajeno y fallo en lo que “me corresponde”. Solo en el caso de los niños, pero siguiendo también un criterio de respeto en lo que puede o no puede hacer, habría que responsabilizarse de lo ajeno, de aquello que por ser niño no logra realizar, par esos estás los adultos, para ayudar a realizarse y madurar.

La realización como madurez emocional

La realización de la persona
como madurez emocional

Una de las características de los niños es que dependen casi totalmente de los demás. Requieren de otras personas, para poder satisfacer sus necesidades. En el proceso de maduración, a medida que se va creciendo, será la persona quien se apoye cada vez más en su esfuerzo, en su actividad. Así, uno de los signos de madurez de una persona adulta es que ha aprendido a responsabilizarse de su vida, en lo físico, intelectual y en lo emocional. Para lograr esto, es necesario que la persona dé más importancia a lo que es él mismo o ella misma que a lo que recibe del mundo, dé más importancia a lo que es propio que a lo ajeno.

Poner toda la carga existencial en uno mismo, produce a nivel emocional una aceptación de lo que le va sucediendo ya que no espera que otra persona le solucione sus problemas y llegado el caso comprende que las cosas suceden tal y como tienen que suceder, habiendo hecho todo lo posible de forma constructiva para poder lograr aquello que quiere. Así la persona madura, cuando se responsabiliza de lo que le corresponde, distingue que es él mismo necesario para lograr aquello que quiere, pero no es suficiente, ya que lo que entra en juego aspectos que no le corresponde y acepta que no puede controlar lo ajeno, sino solo lo propio. Estaríamos en esa etapa madurativa que plantea Epicteto en donde ni culpabilizamos al otro, no nos culpabilizamos a nosotros mismos por lo que nos sucede. Aceptamos nuestra existencia que nos corresponde por ser lo que somos.

Autor: Sergio Delgado. Psicólogo Terapeuta online

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